"Todos los días deberíamos de dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos, quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas".
"Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles"
"La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular -o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse"
“Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo (…). Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero (…)”
“Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. Intenta, en cambio, comprender su mundo de tensión y estrés, y sus necesidades reales (…)”
“Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres (...)”
“En cuanto respecta a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le presiones o estimules la intimidad. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes (...)”
Todas estas sesudas reflexiones, no son más que una muestra insignificante de las consignas recibidas por nuestras madres y abuelas, que desde las escuelas, los púlpitos y los medios de comunicación, fueron adiestradas para asumir complacidas su papel de madres sacrificadas, entregadas esposas y “reinas del hogar”.
Las niñas de mi generación (hoy cuarentonas), no crecimos adoctrinadas por los mandamientos de la Sección Femenina, pero, a través de los en apariencia inofensivos cuentos infantiles, también fuimos receptoras de mensajes subliminales, a fin de que, desde la más tierna infancia, asimiláramos con naturalidad nuestra condición de inferioridad y subordinación al sexo masculino. Aquellas entrañables historias de nuestra niñez, todavía vigentes, y sus protagonistas, los príncipes valientes y las virginales princesitas, refuerzan la teoría machista de la supuesta superioridad física e intelectual del hombre.
Los príncipes, por su pertenencia al género masculino, son seres inteligentes, intrépidos, juiciosos, valerosos y, por supuesto, viriles (aquí cabría hacer una especial mención a nuestra especie autóctona, el Macho Ibérico, con certificado de calidad y denominación de origen). Por el contrario, las princesas, como cabe esperar del sexo débil, son cautelosas, delicadas, abnegadas, humildes, piadosas y están dotadas de un ilimitado espíritu de sacrificio y entrega a los demás. Pero todas ellas, viven sumidas en una existencia de infelicidad, desamparo y desdichas, hasta que un príncipe libertador las rescata de su trágico destino.
Como ejemplos más significativos, tenemos a la desvalida y paciente Bella Durmiente, que depende del caprichoso beso de un príncipe para volver a la vida; la obediente y sacrificada Cenicienta, ejemplo a seguir para la divina y glamorosa Ana Botella, por “los valores que representa”, entiéndase como valor recibir “los malos tratos sin rechistar”; pero sin duda, la peor de todas, la que mejor personifica el papel reservado por los hombres para las féminas, es la virtuosa y abnegada Blancanieves, que cuando se topa con la casa de los siete enanitos, lo primero que hace es ponerse a limpiar como si hubiera sido poseída por el espíritu de mister Proper. Por supuesto, los pequeños tiranos, cuando regresan del trabajo y encuentran su casa reluciente, proponen de inmediato un ventajoso acuerdo para ambas partes: "Si mantienes la casa para nosotros, cocinas, haces las camas, lavas, coses, tejes y mantienes todo limpio y ordenado, entonces puedes quedarse con nosotros…”. Si la providencial manzana aderezada con venero no hubiera modificado el rumbo de los acontecimientos, la dulce y hacendosa criatura, hubiera terminado sus días extenuada y debilitada por la artrosis, lavando diminutos calzoncillos de por vida.
No permitamos que todas esas princesitas de cuento, frágiles, virtuosas, sumisas y, por descontado, de resplandeciente belleza, se conviertan en referentes para nuestras hijas. Reconvirtamos a las Cenicientas, Blancanieves y demás, en mujeres emprendedoras, resueltas, libres e independientes, que toman las riendas de su vida y deciden por sí mismas. Los tiempos en que nuestra máxima aspiración en la vida era encontrar un marido que nos mantuviera, nos cobijara bajo sus alas y plantara su semillita en nosotras, pertenecen al pasado. En la actualidad, no precisamos de ninguna tutela masculina para caminar por la vida, nuestra felicidad no está ineludiblemente subordinada a la maternidad y no necesitamos de ningún príncipe para comer perdices.
"Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles"
"La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular -o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse"
“Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo (…). Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero (…)”
“Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. Intenta, en cambio, comprender su mundo de tensión y estrés, y sus necesidades reales (…)”
“Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres (...)”
“En cuanto respecta a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le presiones o estimules la intimidad. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes (...)”
Todas estas sesudas reflexiones, no son más que una muestra insignificante de las consignas recibidas por nuestras madres y abuelas, que desde las escuelas, los púlpitos y los medios de comunicación, fueron adiestradas para asumir complacidas su papel de madres sacrificadas, entregadas esposas y “reinas del hogar”.
Las niñas de mi generación (hoy cuarentonas), no crecimos adoctrinadas por los mandamientos de la Sección Femenina, pero, a través de los en apariencia inofensivos cuentos infantiles, también fuimos receptoras de mensajes subliminales, a fin de que, desde la más tierna infancia, asimiláramos con naturalidad nuestra condición de inferioridad y subordinación al sexo masculino. Aquellas entrañables historias de nuestra niñez, todavía vigentes, y sus protagonistas, los príncipes valientes y las virginales princesitas, refuerzan la teoría machista de la supuesta superioridad física e intelectual del hombre.
Los príncipes, por su pertenencia al género masculino, son seres inteligentes, intrépidos, juiciosos, valerosos y, por supuesto, viriles (aquí cabría hacer una especial mención a nuestra especie autóctona, el Macho Ibérico, con certificado de calidad y denominación de origen). Por el contrario, las princesas, como cabe esperar del sexo débil, son cautelosas, delicadas, abnegadas, humildes, piadosas y están dotadas de un ilimitado espíritu de sacrificio y entrega a los demás. Pero todas ellas, viven sumidas en una existencia de infelicidad, desamparo y desdichas, hasta que un príncipe libertador las rescata de su trágico destino.
Como ejemplos más significativos, tenemos a la desvalida y paciente Bella Durmiente, que depende del caprichoso beso de un príncipe para volver a la vida; la obediente y sacrificada Cenicienta, ejemplo a seguir para la divina y glamorosa Ana Botella, por “los valores que representa”, entiéndase como valor recibir “los malos tratos sin rechistar”; pero sin duda, la peor de todas, la que mejor personifica el papel reservado por los hombres para las féminas, es la virtuosa y abnegada Blancanieves, que cuando se topa con la casa de los siete enanitos, lo primero que hace es ponerse a limpiar como si hubiera sido poseída por el espíritu de mister Proper. Por supuesto, los pequeños tiranos, cuando regresan del trabajo y encuentran su casa reluciente, proponen de inmediato un ventajoso acuerdo para ambas partes: "Si mantienes la casa para nosotros, cocinas, haces las camas, lavas, coses, tejes y mantienes todo limpio y ordenado, entonces puedes quedarse con nosotros…”. Si la providencial manzana aderezada con venero no hubiera modificado el rumbo de los acontecimientos, la dulce y hacendosa criatura, hubiera terminado sus días extenuada y debilitada por la artrosis, lavando diminutos calzoncillos de por vida.
No permitamos que todas esas princesitas de cuento, frágiles, virtuosas, sumisas y, por descontado, de resplandeciente belleza, se conviertan en referentes para nuestras hijas. Reconvirtamos a las Cenicientas, Blancanieves y demás, en mujeres emprendedoras, resueltas, libres e independientes, que toman las riendas de su vida y deciden por sí mismas. Los tiempos en que nuestra máxima aspiración en la vida era encontrar un marido que nos mantuviera, nos cobijara bajo sus alas y plantara su semillita en nosotras, pertenecen al pasado. En la actualidad, no precisamos de ninguna tutela masculina para caminar por la vida, nuestra felicidad no está ineludiblemente subordinada a la maternidad y no necesitamos de ningún príncipe para comer perdices.
Publicado por Belén Meneses
Que Kent se lave los calzoncillos
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