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16 de septiembre de 2009

Nuestros símbolos y el quid de la cuestión

Asegura Mariano Rajoy, con esa locuacidad que le caracteriza, que el puño en alto (gesto de solidaridad entre los trabajadores) es lo mismo que el saludo fascista (símbolo de sumisión a un líder totalitario). Así, tal cual, sin inmutarse. “Porque yo lo valgo”. Es esa tendencia natural de la derecha social y mediática de meterlo todo en el mismo saco, que les induce incluso a situar en un plano de igualdad la bandera tricolor de la República y la adoptada por Franco durante la dictadura, obviando que la primera representa la legitimidad de un sistema político surgido de la voluntad popular, mientras que la segunda es la insignia que encarna la ilegalidad de un régimen impuesto por las armas.

Este sin vivir que parece aquejar a los populares, ha sido motivado por la celebración de un acto del Partido Socialista donde se cantó La Internacional, puño en alto por parte de algunos de sus dirigentes más destacados. Este mitin organizado en la localidad leonesa de Rodiezmo, lugar escogido por el presidente Zapatero para escenificar el inicio del curso político, (recordemos que su antecesor hacía lo propio en Quintanilla de Onésimo, pueblo del fundador de las JONS, donde jugaba una partidita de dominó con los amigos), viene celebrándose año tras año desde que el PSOE ganó las elecciones allá por 2004, sin que hasta el momento ningún comisario político del PP se percatara de los peligros inminentes que se acechaban sobre la convivencia pacífica entre los españoles. España se rompía, sí, pero las causas eran tan variopintas como la negociación del Estatut catalán, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, los matrimonios entre personas del mismo sexo o la Ley de la Memoria Histórica. Ningún vigía del Partido Popular achacó el desguace de la patria a los tradicionales símbolos de la izquierda ¿Qué ha cambiado, pues, en esta ocasión para que el desasosiego y la preocupación se hayan instalado tan repentinamente en las filas de la derecha?

Si comparamos la foto de este año con la de ediciones anteriores, nos encontramos que la única diferencia radica en la presencia de dos mujeres del Partido Socialista en el acto de pasado mes de agosto. ¿Cabe la posibilidad de que los puños en alto la ministra Bibiana Aído y la Secretaria de Organización Leyre Pajín hayan estimulado ese tufillo machista que desprende la rancia derecha española? ¿O quizás lo que se ha puesto en evidencia es la nostalgia de los tiempos en que levantar el puño y cantar La Internacional suponía acabar con los huesos en la cárcel?

Tengo que admitir que no confiero a los símbolos más utilidad que la meramente práctica, aunque comprendo y respeto profundamente los sentimientos de quienes les otorgan una importante carga ideológica. Personalmente, ni se me saltan las lágrimas escuchando los compases de ningún himno, ni me emociono ante el paso de bandera alguna. No me motivan lo más mínimo los debates identitarios y los nacionalismos exacerbados, de cualquier tendencia, me parecen estériles y anacrónicos. No obstante, es incuestionable que cada uno de nosotros estamos vinculados a grupos sociales que encarnan nuestras tendencias, aspiraciones, reivindicaciones, identidades o ideologías, personificados por símbolos, ya sean banderas, himnos, escudos o logotipos.

El Partido Socialista, en sus inicio simbolizado con un yunque, un libro y una pluma, adoptó en los años 70 el puño y la rosa, símbolo acogido previamente por los socialistas franceses tras el mayo del 68. La Internacional, al margen de sus varias versiones adaptadas por los partidos socialista o comunista, está considerado el himno de los trabajadores de todo el mundo. No obstante, en vista de la intranquilidad que parece aquejar a los dirigentes populares, y a fin de velar por la concordia y la convivencia política, propongo a la dirección nacional de nuestro partido que encomiende a los ideólogos de la FAES la elaboración de un código deontológico, que recoja que símbolos podemos o no utilizar los socialistas en nuestros actos públicos.

Pero obviando el componente humorístico y centrándonos en el trasfondo del asunto, tengo la sospecha de que detrás de estas insólitas ocurrencias tan mediaticamente escenificadas, bajo ese fingido estupor por algo tan trivial que viene repitiéndose durante años, se oculta una cuestión de mucho más calado: el propósito deliberado de la derecha de caminar hacia la uniformidad ideológica. Hacia la consecución de su ideal de una sociedad encaminada al pensamiento único, los líderes de la derecha no escatiman oportunidades para promulgar su modelo de sociedad carente de ideologías antagónicas, tratando de infundir en la ciudadanía la idea de que la izquierda y la derecha son conceptos anticuados, que no existen diferencias de calado entre las políticas de unos y de otros, que todo es lo mismo… Y para lograr su objetivo no dudan en emplean grotescas artimañas para intentar deslegitimar nuestros símbolos, nuestros referentes, nuestra identidad…

En nuestra mano está que fracasen en sus objetivos. Manteniéndonos fieles a nuestro código ético, reafirmando nuestras convicciones, fortaleciendo nuestro perfil ideológico y nuestras señas de identidad como partido de izquierdas, podremos acreditar por que hemos conseguido mantener la confianza de los ciudadanos y las ciudadanas, incluso en los momentos más difíciles, a lo largo de nuestros 130 años de historia. Al contrario que tantos miembros de la derecha que reniegan en voz alta de su ideología (siempre me he preguntado por qué la derecha española niega ser de derechas), nosotros no nos avergonzamos de lo que somos, ni negamos nuestra identidad ni nuestra historia. Por eso levantamos el puño si nos apetece y cantamos La Internacional cuando se nos antoja, mientras otros no se atreven a levantar la mano y cantar el Cara al Sol, aunque se mueran de ganas de hacerlo. Y así seguiremos, pese a quien pese.

Publicado por Belén Meneses

3 de septiembre de 2009

Los impuestos, un mal necesario


El artículo 1º. del Título Preliminar de la Constitución Española de 1978 dice: “España se constituye en un Estado social y democrático de derecho”. Todos entendemos que el legislador quiso decir con Estado Social aquel en el que todos los ciudadanos contribuyen en la justa medida de sus posibilidades al correcto sostenimiento del Estado. Y al decir sostener el Estado no me refiero solo al mantenimiento de las administraciones, sino al Estado del Bienestar que en España disfrutamos actualmente.

Hay situaciones cotidianas a las que, por comunes o habituales, no les concedemos ninguna importancia, pero la tienen ¡y mucha! Por ejemplo, la cobertura sanitaria a la totalidad de la población; el progreso en el sistema de pensiones; las prestaciones por enfermedad o desempleo; la educación obligatoria y subvencionada o gratuita hasta los 16 años; la educación superior en universidades públicas; la ampliación de la red viaria con abundantes autovías libres de peaje; las prestaciones económicas de tipo social (guarderías municipales, residencias para la tercera edad, ayudas económicas a la maternidad, ley de dependencia, y un largo etcétera) y, en definitiva, un conjunto de mejoras inimaginables hace tan sólo 40 años.

Paralelamente hay que entender y tener muy claro que para conseguir y mantener todo lo anterior, los gobiernos sólo tienen un medio: el sistema impositivo, es decir, LOS IMPUESTOS. A todos nos disgusta pagar el IVA en cada artículo que consumimos. Cuando llega la época de declarar el IRPF andamos como posesos recordando y buscando gastos o inversiones que nos puedan desgravar. Y lo mismo se puede aplicar a los tributos de carácter local (IBI, basuras, etc.). En resumen, en todo Estado moderno los impuestos son necesarios e imprescindibles, otra cuestión es su control; quién paga, quién no paga, las bolsas de fraude fiscal, los paraísos fiscales, etc. Es una lucha constante de todos los gobiernos erradicar, o al menos paliar, la figura del ciudadano que además de no pagar, se enorgullece de ello.

Hay un claro ejemplo de la enorme utilidad social de los impuestos. En nuestro país, escuchamos decir con frecuencia que con el régimen anterior apenas se pagaban impuestos, y es cierto, ya que prácticamente no había ninguna prestación social. Si no se atendían las necesidades de la población, no era necesario ningún tipo de recaudación. Pero, ¿verdad que no es eso a lo que aspiramos?

En una situación económica como la actual, en la cual se producen cierres de empresas, ERE’s que afectan a muchos trabajadores, pérdida del poder adquisitivo y reducción del consumo, las administraciones ven recortados seriamente sus ingresos, con lo cual es de lógica elemental que el Gobierno, para intentar mantener todas las prestaciones sociales descritas anteriormente, recurra al incremento (puntual y temporal) de determinados impuestos. Es de justicia social hacer cumplir el viejo axioma de “que pague más quien más tiene”.

Naturalmente que la oposición brama, ruge y vocifera alegando la incompetencia del actual equipo de gobierno y que, por supuesto, si estuviesen ellos en el poder, no sólo estaría la crisis totalmente resuelta sino que “ataríamos los perros con longanizas”. Quizá habría que recordarles quien originó la actual crisis, depresión, deflación o como quieran llamarla.No obstante y aprovechando esta justificación a la campaña fiscal del actual gobierno, quisiera introducir una reflexión por si algún político leyese estas líneas. Transcurridos ya 30 años de ayuntamientos democráticos, y teniendo en cuenta que los actuales regidores y regidoras cuentan con un buen bagaje empírico e intelectual, sería el momento que, a imitación de los países del norte de Europa, se transfiriese a los gobiernos locales la prestación de muchos servicios que actualmente dependen de los gobiernos centrales y autonómicos (que en muchas ocasiones son desempeñados de hecho por los propios ayuntamientos), con la consiguiente capacidad recaudatoria.

Publicado por José Segura

1 de septiembre de 2009

El PP y su insufrible canción del verano

Uno de los pequeños inconvenientes de la época estival, junto a los fastidiosos mosquitos y las insoportables noches de asfixiante calor, es, sin duda, la canción del verano. Esa melodía machacona y cansina que nos persigue y atormenta llegando a convertirse en un verdadero suplicio para nuestros oídos; que nos vemos obligados a escuchar nos guste o no; que suena en cualquier parte y a todas horas, acompañada de ridículos bailes o de coreografías imposibles. Pues bien, en este sofocante verano del 2009, todos los intérpretes del partido supuestamente liderado por Mariano Rajoy, se han entregado con fervoroso afán a la tarea de mortificarnos en nuestras merecidas vacaciones veraniegas, con su insufrible y estridente cancioncilla del verano.

Como un coro desafinado y patético, los Rajoy, Cospedal, Arenas, Trillo & Company, nos han torturado con su machacona cantinela de partido perseguido y hostigado por jueces, fiscales y policías al servicio del Gobierno socialista y su régimen dictatorial, hasta chirriarnos los oídos con sus irritantes estribillos. “Rubalcaba nos vigila, Zapatero nos asedia, De la Vega nos acosa… Socialistas a la rue, populares al poder y a otra cosa mariposa”. Noches y días soportando la misma matraca en terrazas, campings y chiringuitos de playa.

No es que nos haya pillado por sorpresa las recurrentes y burdas intrigas conspirativas del Partido Popular. Ya sufrimos sus intrigantes maquinaciones en torno a la masacre del 11 de marzo que precedió a la victoria del Partido Socialista en las elecciones generales de 2004, nunca asumida por los populares y sus medios afines. Durante casi cuatro años nos levantamos cada mañana con sus desiertos lejanos, montañas remotas, falsas mochilas y cassettes de la Orquesta Mondragón como pruebas inapelables de la conspiración entre ETA, Zapatero, el rey de Marruecos, la policía e Iñaki Gabilondo, con el único propósito de desalojar al Partido Popular del poder, que, como todos sabemos, les pertenece por designación divina. Y cuando sus delirantes fantasías parecían cosa del pasado, vuelven a retomar de nuevo sus paranoicas teorías para intentar convencernos de la infinita mezquindad del pérfido ZP que no tiene otro objetivo en la vida que destruir a su enemigo, el honrado y bondadoso Mariano Rajoy. Y si no fuera porque se trata de un partido político supuestamente serio con un presunto líder que aspira a presidir este país, sería para morirse de risa.

Afortunadamente, la fortaleza de nuestro Estado de derecho está por encima de las mamarrachadas y las rabietas del Partido Popular; sin embargo, eso no quita para que sus difamaciones y sus falsedades deban quedar impunes. Se han vertido acusaciones demasiado serias contra nuestras instituciones democráticas como para permanecer impasibles ante esa política goebbeliana de mentiras y manipulación en la que los dirigentes populares se sienten como peces en el agua. Por responsabilidad e higiene democráticas, la fiscalía del Estado debería intervenir para que las canciones veraniegas del PP no vuelvan a torturar nuestros oídos hasta incrustarse en nuestro cerebro y deshacerlo. Porque en política, no todo vale.

Publicado por Belén Meneses