Para las mentes más olvidadizas, recordar que Federico Trillo fue ministro de Defensa del gobierno de Aznar durante la legislatura 2000-2004, de tan infausto recuerdo. En su bagaje ministerial destacan la polémica generada por su mega bandera rojigüalda de obligado homenaje mensual desplegada en la plaza Colon de Madrid, su archiconocido y archiparodiado patinazo del "¡Viva Honduras!" proclamado ante las tropas de El Salvador, o la heroica reconquista del islote de Perejil, -pedrusco de indiscutible valor estratégico- donde las tropas de elite del Ejército español enviadas por Trillo “al alba y con tiempo duro de levante”, redujeron a la media docena de gendarmes marroquíes y su siniestro rebaño de cabras. Pero sin duda, la página más negra de la biografía política de Federico Trillo Figueroa, lo que le incapacita de por vida para dar lecciones de moralidad, el suceso que le inhabilita para proferir acusaciones de incompetencia y exigir dimisiones políticas, fue su desastrosa gestión del accidente del Yakolev-42, ocurrido en Turquía en mayo de 2003.
Escuchar hablar de incompetencia y de exigencia de responsabilidades a quién enviaba a los soldados españoles en aviones chatarra a las misiones en el extranjero, propició con sus prisas por la repatriación de los cadáveres el reparto indiscriminado de los restos mortales de los 62 soldados fallecidos y posteriormente tuvo la indecencia de cargar la responsabilidad del siniestro y las chapuceras identificaciones sobre las espaldas de sus subordinados, no es más que una burla democrática, una ofensa a la inteligencia colectiva y un ultraje hacia los familiares de las víctimas del accidente, quienes a día de hoy todavía exigen que el ex ministro de Defensa asuma alguna responsabilidad por la tragedia que costó la vida a 62 militares españoles. Esto es para “mear y no echar gota” como decía mi abuela o, en palabras del susodicho, “¡Manda huevos!”
Según refleja el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, “dimitir” significa “renunciar, hacer dejación de algo”. En el exclusivo Diccionario de la derecha española, cabría añadir “…eventualidad que, en cualquier situación o circunstancia, excluye a los responsables políticos del Partido Popular”. Y es que el doble rasero empleado por el PP para exigir depuración de responsabilidades, es de una desvergüenza tal, que si no fuera porque nos encontramos ante un partido que ha gobernado este país y pretende volver ha hacerlo, sería para morirse de risa.
Estamos más que acostumbrados a levantarnos cada mañana, a desayunar o cenar con las exigencias de dimisiones o ceses de algún ministro o ministra por parte de los líderes del Partido Popular. Aunque la efectividad de esta estrategia como táctica para desgastar al Gobierno -por repetitiva y cansina- es un tanto cuestionable, no deja de ser una maniobra legítima. Pero esta estratagema se torna inaceptable cuando estas exigencias proceden de alguien que hace años que debería estar alejado de la vida pública a consecuencia de la magnitud de sus errores.
La dimisión de Fernández Bermejo que, aunque ha podido cometer errores abandona su cargo ministerial con ejemplaridad democrática, vuelve a poner de manifiesto las dos formas antagónicas que el PP y el Partido Socialista tienen de entender la política y la responsabilidad contraída con los ciudadanos y las ciudadanas. Federico Trillo y Mariano Fernández Bermejo son las dos caras opuestas de lo que significa ostentar un cargo político. Una, la de Bermejo, la asunción de responsabilidades anteponiendo el interés de un proyecto común a sus ambiciones personales; otra, la de Trillo, representa la cara de la indignidad, la indecencia y la inmoralidad.
Está muy equivocado Mariano Rajoy si supone que la dimisión del ministro de Justicia es un triunfo para su formación. Con la renuncia de Bermejo, se ha evaporado la cortina de humo tras la que disimular la trama de escándalos que persigue al PP y amenaza el presunto liderazgo de Rajoy al frente de su partido.
Son las 23:36, las 22:36 en Canarias, y Rajoy sin dimitir.
Publicado por: Belén Meneses