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21 de febrero de 2009

Telebasura: ¿dónde están los límites?


El tratamiento mediático del asesinato en 1992 de las niñas de Alcàsser, reveló el negocio que supone el morbo para las audiencias de las cadenas de televisión. La retrasmisión minuto a minuto de los pormenores del caso el mismo día que fueron hallados los cadáveres de las tres niñas asesinadas, supuso la aparición de un nuevo espacio televisivo, cuya práctica principal consistía en hurgar sin escrúpulos en el sufrimiento ajeno. La periodista de Antena 3, Nieves Herrero, convirtió la localidad de Alcàsser en un improvisado plató, desde donde se emitió un programa especial que transformó la tragedia vivida por el pueblo en un circo mediático, donde el dolor de los familiares de las víctimas se convirtió en un espectáculo público retransmitido en directo a toda España.

Después del repugnante seguimiento que algunos medios hicieron del caso Alcàsser, el Instituto de Radio y Televisión y otras entidades como el Instituto de la Mujer, elaboraron códigos deontológicos para evitar que la explotación del sufrimiento ajeno se convirtiera en mercancía destinada a elevar los índices de audiencia de las televisiones. Pero a juzgar por el lamentable espectáculo al que estamos asistiendo con el tratamiento informativo de la desaparición y asesinato de la joven Marta del Castillo, estos códigos de buenas intenciones que entonces sirvieron para remover algunas conciencias, han sido ignorados y denostados por unos presuntos profesionales de la información.

Prácticamente todas las cadenas de televisión, especialmente Telecinco que ha encontrado en el asesinato de Marta un filón para detener la caída en picado de su audiencia, han reciclado a sus presentadores estrellas en cuervos carroñeros, a la caza y captura de amigos y conocidos de la víctima o de su presunto asesino, quién por cierto fue juzgado y condenado en cada uno de los realities televisivos mucho antes de que se confesara autor del crimen, sin el menor signo de rigor profesional y desentendiéndose por completo de la presunción de inocencia.

En su ilimitada falta de escrúpulos para lucrarse con la tragedia humana, estos excelentes profesionales de la telebasura, además de hacer desfilar por sus programas a menores de edad, cuya posible vulneración de sus derechos está siendo investigada por la fiscalía de Sevilla y el defensor del Menor de Andalucía, han cruzado todas las líneas de la decencia, aprovechándose del sufrimiento de unos padres que se han visto arrastrados por una vorágine de realities, entrevistas y ruedas de prensa, contribuyendo sin pretenderlo a alimentar la morbosa curiosidad de la audiencia y a engrosar los beneficios de algunas cadenas de televisión, que han llegado a retransmitir en directo los primeros momentos de la búsqueda del cadáver de Marta. Asentados con sus cámaras en el cauce del río Guadalquivir donde las fuerzas de seguridad y el Ejército buscan el cuerpo de la joven sevillana, los buitres del periodismo más rastrero esperan poder emitir en directo el momento en que el cadáver de la joven sea localizado y extraído del río.

Y mientras el asesinato de Marta del Castillo ocupaba portadas de diarios, abría todos los telediarios y protagonizaba tertulias radiofónicas, una pequeña reseña en algún periódico informaba de la aparición del cadáver de una mujer, de unos veinte años, en la localidad catalana de Roses. Al día siguiente, un diario gratuito publicaba una escueta referencia indicando que el anónimo cuerpo pertenecía, casi con toda seguridad, a una prostituta del Este. Una mujer joven que también tendría padres, amigos y toda una vida por delante truncada prematuramente. Pero su muerte no cumple los parámetros exigidos para pujar en las parrillas televisivas. Probablemente nunca sabremos si la muerte de la joven anónima fue consecuencia de un accidente, si se quitó la vida o si fue víctima de un asesinato tan deleznable como el de Marta del Castillo. Su caso no tiene el suficiente tirón mediático ni cuenta con el índice de morbo exigido para despertar el interés de la audiencia. Tal vez, ni siquiera merezca una reflexión sobre el poder y la influencia de la televisión en nuestra sociedad y en nuestras conductas.

El asesinato de Marta del Castillo ha sido un crimen execrable que ha conmocionado a toda la sociedad; ahora es tiempo de la justicia a la que exigimos que todo el peso de la ley caiga sobre los culpables, cuando así sean declarados por un tribunal. Pero cuidado con caer en la demagogia y alentar al populismo, elementos que si se mezclan y agitan de manera irresponsable pueden formar un cóctel explosivo de consecuencias imprevisibles. Es muy fácil dejarse llevar por la rabia y la indignación ante el inexplicable y cruel asesinato de una joven de 17 años y el sufrimiento causado a su familia. Pero se empieza con manifestaciones reclamando la reclusión perpetua y se acaba pidiendo la restauración de la pena de muerte. No olvidemos que el objetivo del sistema penitenciario en nuestro país es la rehabilitación y la reinserción, y así debe ser por el bien de toda la sociedad. La venganza no puede volver a convertirse nunca más en nuestro país en una política de Estado.

Publicado por: Belén Meneses

2 comentarios:

  1. El artículo de Belén sobre ¿Dónde están los límites? Está –como siempre- brillante y acertado. No obstante, y, si me lo permites, me gustaría hacer unas precisiones.

    Los límites los hemos de poner cada uno de nosotros en nuestra actuación del día a día y de acuerdo con una escala de valores regida por el sentido común, que no es otra que el vivir respetando de forma integra a todos y todo lo demás. Lo que se ha dado en llamar telebasura, en mi opinión, no es tal, yo mas bien creo que hay un público basura. No olvidemos que disponemos de un dedo índice que apoyado suavemente en el botón on/off de nuestro televisor acaba con esas imágenes y así podemos utilizar el tiempo en cosas mucho más placenteras (pasear, leer, oír música, retozar con más frecuencia con la pareja, y un largo etcétera).

    En estas situaciones no hay nada más peligroso y deformador que los juicios paralelos que tanto gustan a determinadas cadenas privadas. Es terriblemente peligroso porque podría influir en el subconsciente de algunos jueces y, sobretodo, en la opinión pública. En este último caso de Sevilla, podemos oír, ver y leer en los medios de comunicación términos como asesinato o asesino, ni lo uno ni lo otro, en todo caso será presunto homicida u homicidio, la última palabra la tienen los jueces. Hay que tener en cuenta que no hay cadáver, con lo que hay que ir con extremada cautela ¿se acuerdan ustedes de la magnífica película de Pilar Miró “El crimen de Cuenca”?, pese a su crudeza les recomiendo que la vean, en estas situaciones vale la pena.

    Presumimos de vivir en el seno de un Estado de Derecho, pues seamos consecuentes y, con los medios a la cabeza, confiemos en que la Justicia con más o menos rapidez haga su trabajo, aunque –como cualquier colectivo humano- en ocasiones cometa errores. Bajo ningún concepto debemos confundir el impartir justicia según la legislación vigente con la venganza personal, y, evidentemente, esos energúmenos que la cara desencajada gritando ¡asesino asesino! desconocen lo que es la justicia y la equidad y claman solamente venganza

    No obstante, y pese a todo lo anterior, lo que más me preocupa es la poco disimulada campaña que están llevando a cabo ciertos medios de comunicación afines a la “derechona” de toda la vida en torno a la limitación de los imprescindibles e inalienables derechos a la libertad y a la vida. Me refiero a la cadena perpetua como antesala de la pena de muerte. El Derecho penal (o Criminal, según algunos juristas) establece las penas o castigos como medida de reinserción social y debemos considerar este paso del Derecho penal como un importantísimo logro (aunque todavía existan en algunas zonas el “ojo por ojo y el diente por diente”. Que sentido tiene la cadena perpetua, es mucho más racional aplicar directamente el garrote o la guillotina.

    Esperemos que, dentro del terrible drama que viven esas familias, el resto no sea más que una nube de verano, de lo contrario estaríamos ante un nuevo fracaso del ser humano como colectivo social supuestamente civilizado.

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  2. Querido José,

    estoy de acuerdo contigo en que existe un gran público consumidor de morbo, pero eso no justifica el proceder de las cadenas de televisión, que en cualquier caso deben regirse por el rigor profesional y un código ético que bajo ninguna circunstancia debería ser vulnerado

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